martes, 14 de octubre de 2014

Yo te reconocía. Eras la que duerme en lo profundo de la primavera, bajo el follaje nunca apagado del sueño. Te adivinaba ya desde hacía mucho tiempo, en el frescor de un paseo, en el buen aire de los buenos libros o en la debilidad de un silencio. Eras la esperanza de las grandes cosas. Eras la belleza de cada día. Eras la vida misma, de lo arrugado de tus vestidos al temblor de tus risas.

Me quitabas el sano juicio que es peor que la muerte. Me dabas la fiebre que es la verdadera salud.
Un simple vestido de fiesta. Christian Bobin

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